De las grandes mansiones del siglo pasado estamos conceptualmente pasando a lo siguiente: una casa que se lleva encima. De hecho, es un vestido que una vez se haya inflado, se convierte en un espacio personal donde dormir, aislarse del mundo exterior y jugar.
Llevar este vestido podría ser una señal de retorno a un modo de vida nómada, de autosuficiencia, un estilo de vida cinético, en constante movimiento, viajando de un lado a otro para encontrarse a si mismo. Es una especie de fusión entre la moda y el urbanismo, ya no viajamos dentro de la ciudad, ni volvemos a casa: somos espacio, un espacio móvil y transformista, con el que se puede interactuar. Desde luego, es una concepción muy curiosa del nomadismo urbano post-moderno, un terreno de juego.